domingo, 18 de noviembre de 2007

Beatificaciones inoportunas y parciales



17.11.07 -
JUAN ANTONIO MUÑOZ CANO


Ante la reciente beatificación de 498 personas asesinadas en el sector republicano durante nuestra Guerra Civil hay que dejar clara nuestra admiración por la ejemplaridad de sus vidas y nuestra repulsa por la circunstancias de sus muertes, en la seguridad de que ya participan de la vida definitiva junto al Padre. Pero, a su vez, consideramos inoportunas y parciales estas beatificaciones, por no incluir a los sacerdotes ejecutados en el bando nacional y porque olvidan el sufrimiento de las víctimas del otro bando.

Si repasamos nuestra reciente historia eclesial podemos encontrar ejemplos de una actitud más integradora. Así, la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes Españoles celebrada en Madrid en 1971, en plena dictadura, aprobó por amplia mayoría la siguiente proposición: «Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está con nosotros» (Jn 1,10). Así pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación en el pueblo dividido por una guerra entre hermanos». Y en 1985, en el Congreso de Evangelización celebrado en Madrid, la Iglesia católica española tomó el siguiente acuerdo: «Ante el 50 aniversario de la Guerra Civil española creemos que no es oportuno llevar adelante el proceso de beatificación de los mártires de la cruzada».

Por el contrario, los obispos españoles actuales, con un lenguaje beligerante, han promovido peregrinaciones a Roma para arropar la beatificación «de quienes dieron su vida por amor a Jesucristo, en España, durante la persecución religiosa de los años treinta del siglo pasado». Hablar de persecución religiosa, cuando ya está aceptado por todos los historiadores que la guerra civil fue una deplorable contienda fraticida cuyas atrocidades se produjeron por igual en los dos bandos, es reabrir heridas no cicatrizadas del todo. De la actitud de la jerarquía católica se infiere que estas beatificaciones fueron propuestas como respuesta a un sentimiento de amenaza ante la política gubernamental derivada de un estado laico. Esto parece desprenderse de lo que dijeron a continuación: «En estos momentos en los que, al tiempo que se difunde la mentalidad laicista, la reconciliación aparece amenazada en nuestra sociedad». Sin embargo no existe tal amenaza. En un estado no confesional, como es el nuestro, se ha de legislar para todos, no sólo para los creyentes. Por esta razón se promulgan y se promulgarán leyes que, reconociendo los derechos de otros, no obligan a los demás. Es cierto que se puede disentir de ellas, pero no afirmar que amenazan la reconciliación. En el estado no confesional se puede vivir la fe cristiana con mayor autonomía y madurez personal; una fe adulta fruto de una elección libre y responsable. Recordemos de nuevo la Asamblea de Obispos de 1971, donde «se valoraba positivamente la secularización como espacio propicio para vivir la fe libremente y sin coacciones ambientales».

Decisiones como las recientes beatificaciones que olvidan que en el otro bando murieron muchas personas por defender sus ideales (sacerdotes, maestros, obreros, dirigentes políticos, etc.), así como que hubo otras muchas víctimas de la represión franquista, no ayudan a la reconciliación. En casos como éste, el amor cristiano ha de reconocer también el dolor de los otros, aunque no fuesen creyentes. Se trata del amor universal, del perdón que nos transmitió Jesús de Nazaret con sus palabras y su vida. La misericordia de Dios nos permite creer que las otras víctimas también participan de la plenitud que Él nos ofrece.

Los cristianos, la Iglesia católica, tenemos que ser signo de unión, no de división. El Evangelio, razón de ser de la Iglesia, es perdón, es amor al prójimo, es entrega a los más necesitados, es defensa de la justicia social, es mano tendida, es respeto por la pluralidad y la diversidad, existe para unir, no para imponer, es reconciliación, proclamación de la esperanza. Así lo entendieron los obispos de la transición.

Juan Antonio Muñoz Cano escribe en representación de las Comunidades Cristianas de Base de la Región de Murcia.


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