miércoles, 9 de mayo de 2012

Redes Cristianas

El silencio de la Jerarquía ante las causas de la crisis Al comienzo pudimos creer que la crisis había aparecido como algo inevitable como un fenómeno de la naturaleza. Después hemos ido sabiendo las causas, los principios sociales y económicos que la han guiado, la perversidad de los acuerdos, la crueldad de sus agentes a pesar de ser conscientes de los efectos malignos de sus decisiones, la inmoralidad de un sistema que abandona a millones de personas al paro o sin vivienda, a jóvenes sin esperanza y a los sectores mas frágiles de la población sin subsidios ni servicios. Con la crisis ha crecido con velocidad pasmosa lo que Juan Pablo II llamó “estructuras de pecado”.  Pero nuestros obispos callan. Quizá también creímos que, como la tormenta, la crisis afectaría a todos por igual. Después hemos visto que hay quien saca provecho con el desastre colectivo. Los hemos podido identificar con sus nombres y vinculaciones a los grandes negocios, empresas, bancos (p.ej., los  que forman Ibex-35). Ni ellos mismos se privan de publicar cómo a pesar de la desgracia de la mayoría, se aumentan el sueldo, incrementan escandalosamente sus beneficios y algunos siguen robando (el fraude fiscal calculado en España oscila entre los 40.000 y 80.000 millones de euros, aproximadamente la misma cantidad de los recortes). Además de lo estructural hay, pues, también responsabilidades individuales. Estamos hablando de situaciones inmorales y delitos graves. Ante esto los obispos callan igualmente. Sin embargo la mayoría de los documentos salidos de nuestras diócesis en referencia a la crisis dan la culpa implícitamente a la población, con argumentos como “hemos gastado demasiado, queremos servicios que el estado no puede pagar..”. Con ello, sin distinguir más, se echa la culpa de la desgracia a los mismos perdedores. Es la costumbre del neoliberalismo. Y en los últimos peldaños de la sociedad, esto supone la criminalización de los pobres, considerados culpables de su propia pobreza. Se castiga a las víctimas en lugar de castigar a los delincuentes. Frente a esto parece que el deber de todo obispo debería ser proteger al rebaño en lugar de echarle la culpa.  Es ya un tópico afirmar que esta crisis va más allá de lo económico, y que alcanza lo político, lo cultural, lo ético, lo religioso. A menudo nuestros obispos dicen que una de las causas de esta profunda crisis es el alejamiento de nuestra sociedad de Dios. Sin embargo cabe preguntarse si este abandono de Dios que reprochan a los demás no les afecta también a ellos, porque el primer fruto de la fe en Jesús es la misericordia, el acompañamiento del pobre, la capacidad de profecía, ser voz de los de abajo. Su silencio supone una opción de oídos sordos al sufrimiento y un alejamiento de Dios.