viernes, 3 de diciembre de 2010

Sobre el término ‘decrecimiento’ y sus usos

El decrecimiento es un tema que me atrae y mucho. Porque desde que empezó a gestarse la crisis, solo he oído hablar de que hay que seguir consumiendo para que la producción se anime y, al mismo tiempo, hay que producir más, porque eso crea puestos de trabajo. No puedo por menos que pensar que esta espiral diabólica, como se ha dicho siempre de las armas, la carga el diablo. Un diablo con nombre y apellidos que ha hecho enloquecer a la humanidad y nos ha hecho olvidar los valores de la solidaridad, el compartir con los más necesitados y otros muchos que han sido sustituidos por la avaricia, el egoísmo, el individualismo y más contravalores, cuya exposición se haría interminable.

Afortunadamente, la Utopía sigue viva y hay muchas personas, más de las que creemos, que ya se están planteando, desde hace tiempo, que la solución no pasa por crecer sin límites: en un mundo finito, no se puede crecer indefinidamente. Así pues, toca hablar de DECRECIMIENTO. No se puede crecer más. Hay que decrecer. Y ya hay muchas voces que están proponiendo la alternativa.

Cuanto antes nos demos cuenta del problema, antes lo solucionaremos.

Alfonso Hernández






Carlos Taibo.
Profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: La Unión Soviética de Gorbachov (Madrid, Fundamentos, 1989); La Unión Soviética (1917-1991) (Madrid, Síntesis, 1999, 2ª ed.); Crisis y cambio en la Europa del Este (Madrid, Alianza, 1995); Las transiciones políticas en la Europa central y oriental (Madrid, Los Libros de la Catarata, 1998); La explosión soviética (Madrid, Espasa, 2000); La desintegración de Yugoslavia (Madrid, Los Libros de la Catarata, 2000); Cien preguntas sobre el nuevo desorden (Madrid, Punto de Lectura, 2002); Guerra entre barbaries. Hegemonía norteamericana, terrorismo de Estado y resistencias (Madrid, Punto de Lectura, 2002), Estados Unidos contra Iraq (Madrid, La Esfera, 2003), ¿Hacia dónde nos lleva Estados Unidos? (Madrid, Ediciones B, 2004) y Rusia en la era de Putin (Los Libros de la Catarata, 2006). Escribe sobre política internacional en El País, en los periódicos del grupo Vocento, en La Vanguardia y en El Periódico de Cataluña, y es comentarista habitual en la cadena SER. Colabora con medios de información alternativos, como Rebelión.org.
Diagonal, nº 99, abril 2009

Habida cuenta de la magnitud de las agresiones que el capitalismo imperante ha asestado contra la naturaleza, y al menos en el Norte opulento, se impone reducir los niveles de producción y de consumo de muchos bienes. Y ello de resultas de al menos tres circunstancias: vivimos por encima de nuestras posibilidades, es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y, en fin, empiezan a faltar materias primas vitales.
Ahora bien, ¿es el término 'decrecimiento' el adecuado para describir esa propuesta o, por el contrario, y como señalan voces muy respetables, arrastra problemas severos? Hablando en propiedad, ninguno de los conceptos que utilizamos para describir iniciativas complejas deja de suscitar polémicas. Un ejemplo: aunque la mayoría de los improbables lectores de este texto se confesarán anticapitalistas, parece evidente que no todos los discursos que se reclaman de esa etiqueta son suscribibles. Determinadas modulaciones del rigorismo islamista contestan agriamente el capitalismo sin que sus cimientos conceptuales y su propuesta final sean, claro, los nuestros.
A duras penas, y en semejantes condiciones, podría uno pretender que el término 'decrecimiento' está libre de carencias. Hay quien señalará, así, que en realidad se ha abierto camino en los últimos meses un activo proceso de decrecimiento que es resultado de la llamada crisis financiera. Salta a la vista que ese proceso nada tiene que ver con lo que proponemos, y ello por mucho que, a la hora de describirlo, resista el empleo –bien es verdad, eso sí, que más bien raro– del mismo término. En paralelo, tampoco faltará quien aduzca que la palabra 'crecimiento' en su sentido más cotidiano tiene entre nosotros un cariz positivo –hablamos, por ejemplo, de crecimiento personal–, de tal suerte que no parecería razonable atribuir una condición saludable, también, a su antítesis. Lo suyo es reconocer que lo del decrecimiento acarrea un riesgo nada despreciable: si declaramos rechazar el concepto de 'crecimiento' porque entendemos que incorpora una aberrante inclinación en provecho de lo estrictamente cuantitativo y en detrimento de la consideración de variables sociales y medioambientales fundamentales, corremos el riesgo de que, al contraponer el vocablo 'decrecimiento', éste se vea impregnado del cuantitativismo de su contrario, de tal suerte que se traslade la idea de que, en los hechos, lo único que demandamos es que se verifiquen reducciones en los niveles de producción y de consumo.
Se aducirá, entonces, que debemos poner el acento, no en la demanda de esas reducciones, sino en la condición del proyecto alternativo –primacía de la lógica social frente al consumo y la propiedad, reparto del trabajo, ocio creativo, reducción del tamaño de infraestructuras, preponderancia de lo local, sobriedad y simplicidad– que defendemos, o, lo que es casi lo mismo, que debemos tirar por la borda el término 'decrecimiento'. De operar de esa manera, lo que ganaremos por un lado lo perderemos por el otro. No se trata de esquivar la mención, siempre necesaria, de los rasgos del proyecto alternativo. Se trata de preguntarse si la mera enunciación de éste, mil veces realizada desde la trinchera del ecologismo radical, es suficiente, en clave de comunicación pública, para desvelar un problema tan hondo. Y ello por no hablar de que algunas de las manifestaciones del proyecto ecosocialista de siempre no acaban de dar el paso definitivo en el sentido de cuestionar directamente las presuntas virtudes del crecimiento económico. En ese sentido, el término 'decrecimiento', pese a sus carencias, tiene la virtud de poner delante de nuestros ojos determinadas exigencias que en otras circunstancias quedarían un tanto mortecinas. Dicho sea de paso, no parece que sea distinto lo que corresponde afirmar del vocablo 'acrecimiento', que más bien parece invocar la conveniencia de dejar, sin más, las cosas como están.
Es verdad que la discusión que nos atrae tiene perfiles distintos si utilizamos los indicadores económicos del sistema o si empleamos otros de carácter alternativo. En el primer caso no hay manera de esquivar una conclusión: nuestra demanda de acabar con la actividad –o al menos de reducir ésta– de sectores como el militar, el automovilístico, el de la aviación, el de la construcción o el de la publicidad se traduciría en una reducción del Producto Interior Bruto (PIB), sin que sea sencillo entender qué es lo que de malo aprecian en ello quienes recelan del término 'decrecimiento'. Parece como si reclamar medidas que deben rebajar los niveles del PIB fuera, en sí misma, una actividad pecaminosa. Harina de otro costal es lo que sucedería si utilizásemos indicadores alternativos que valoren en su justo punto las actividades de cariz social y medioambiental. No hay ningún motivo para rechazar que el retroceso de los sectores económicos cuya actividad queremos que se reduzca se vería compensado entonces por el impulso que recibirían esos menesteres sociales y medioambientales, con lo que, en el cómputo final, la economía en conjunto podría no decrecer.
Pero no debe olvidarse que, por muy lógica que sea esta última consideración, lo cierto es que el común de las gentes razona conforme a los indicadores convencionales, de tal suerte que parece preferible poner delante de los ojos de la ciudadanía lo que aquéllos, pese a su impresentabilidad general, revelan bien a las claras: el peso ingente de actividades económicas extremadamente dañinas para el medio natural y la necesidad consiguiente de ponerles freno. Hay quien aducirá que asumir como propio, aun a regañadientes, ese terreno de juego es una opción delicada, o al menos lo es si uno demanda, en época de elecciones, el cierre de complejos fabriles y el reparto del trabajo (tal vez esto explica, siquiera sólo sea de modo parcial, por qué el ámbito en el que las propuestas de decrecimiento germinan con mayor rapidez es el que proporciona el mundo libertario, por definición ajeno a las consultas electorales).
Lo que en ningún caso debemos hacer es trampear con cuestiones tan delicadas como éstas, toda vez que podríamos deslizarnos por un camino mil veces recorrido, como es el de rebajar nuestras propuestas para que la ciudadanía no vea en ellas lo que a muchos nos gustaría, muy al contrario, que viese con claridad. En este orden de cosas, el término 'decrecimiento' tiene la virtud del aldabonazo que coloca delante de nuestros ojos un problema fundamental tras obligarnos a formular preguntas muy delicadas sobre la sinrazón que rodea al crecimiento que nos venden por todas partes. Creo que eso es lo que aprecian en él, por lo demás, la mayoría de los interpelados. Y es que semejante capacidad de despertar conciencias no la tiene ninguno de los vocablos alternativos que se manejan.
Ello no es óbice para que quienes nos reclamamos del decrecimiento pongamos todo nuestro empeño en subrayar que el proyecto correspondiente no implica en modo alguno, antes al contrario, una general infelicidad. Trabajaremos menos y, muchos, ganaremos también menos dinero, pero disfrutaremos de más tiempo para otros menesteres y demostraremos fehacientemente que es posible vivir, más felices, consumiendo mucho menos y asumiendo, claro, un ambicioso proyecto de redistribución de la riqueza.

miércoles, 7 de julio de 2010

CAPITALISMO SALVAJE


Capitalismo salvaje
Luis Torres Rodríguez


Rebelión

La riqueza global en manos de millonarios aumentó 19% y llegó a 39 billones de dólares luego de caer más de 19% en 2008 tras la crisis del crédito que llevó a los índices bursátiles a las mayores pérdidas anuales desde la crisis de la Gran Depresión y redujo el valor de las inversiones en bienes raíces, fondos de cobertura y compañías de capital riesgo.

Después de la quiebra financiera producida en los EEUU en 2008 y la inyección del Estado norteamericano en al menos dos billones de dólares, que fueron a parar en los bolsillos de los banqueros, el número de millonarios de América del Norte creció un 17%, el segundo aumento regional más grande.

Como consecuencia de la explosión de la burbuja financiera de la especulación y la recesión en la que cayó EEUU, los demócratas pretendieron establecer un impuesto a los bancos por USD17.900 millones. El cabildeo (presión política) logró eliminar el impuesto a los bancos de su proyecto de ley de reforma al sistema financiero.

La quiebra financiera de 2008 afectó a la economía especulativa mundial, pero al igual que en EEUU, en América Latina los bancos son los primeros en recuperarse y tener descomunales ganancias.

En Chile, la utilidad del sistema bancario creció un 53,3% interanual entre enero y mayo de 2010, apoyada en un mejor margen financiero.

En Colombia, las instituciones financieras registraron una ganancia neta combinada de 2,83 billones de pesos (US$1.480 millones) durante los primeros cinco meses del año 2010, un incremento del 20% frente al beneficio del mismo período de 2009, informó el regulador bancario del país.

En Ecuador las entidades bancarias obtuvieron un repunte en depósitos del 18% frente al año pasado, subiendo 2.257 millones de dólares y alcanzando 15.008 millones de dólares. Es el mejor indicador de lavado de dinero ilícito, ya que apenas la economía real creció en un 0.33%. Siguiendo la racha de las mayores ganancias históricas, en los cinco primeros meses de 2010 obtuvieron un ingreso por intereses, comisiones y servicios, un monto de 855 millones de dólares, frente a 829 millones de dólares, en el mismo período del año anterior, lo que significa más ganancias.

Estos resultados “exitosos” de la banca son consecuencia de que otros pierden. Según datos de la ONU, más de 1.000 millones de personas en el planeta viven en estado de indigencia y no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas de alimentación. Con solo dos dólares al día, 2.800 millones de personas (casi la mitad de la humanidad), viven hoy sin los recursos elementales para subsistir en los niveles más precarios.

Pero si esto no les sorprende a los capitalista y defensores del sistema, hay otro hecho aún más brutal y descarnado que emerge del nuevo modelo de explotación y acumulación capitalista nivelado en todo el planeta: El mayor crecimiento de las fortunas personales (los multimillonarios) se produce en los países más pobres, los cuales registran niveles superiores en cantidad de súper millonarios, a los que se registran en EE.UU. y los países centrales.

Los pequeños banqueros de nuestros pobres Estados, son extraordinarios alumnos de los estafadores. La usura y el narcolavado es su profesión. Todos estos datos nos llevan a reflexionar y establecer la gran diferencia entre los banqueros y el animal. Mientras estos matan para sobrevivir y alimentarse, los banqueros matan por placer y codicia. Ninguna de las guerras en el mundo se ha dado por alimentos, se originaron por ambiciones de mayores riquezas, sin importar la cantidad de seres humanos muertos. Los desastres ecológicos que producen la British Petroleum en EEUU y la Texaco en el Ecuador, son las más brutales fotografías del capitalismo salvaje.

Luis Torres Rodríguez es presidente de Fundación Avanzar

Web: www.fundacionavanzar.org e mail: luis.favanzar@yahoo.com

viernes, 11 de junio de 2010

El cuerpo en el cuerpo en el cuerpo##Frei Betto : Redes Cristianas

El cuerpo en el cuerpo en el cuerpo

Frei Betto">
Frei Betto

Adital

En la fiesta de Corpus Christi conviene recordar que hay un cuerpo dentro de un cuerpo dentro de un cuerpo. De una explosión inicial, llamada Big Bang, surgió el Universo hace ciento treinta y siete millones de años y continúa expandiéndose a una velocidad constante. Hace cien millones de años una estrella llamada supernova dio origen a nuestro sistema solar. Un trozo de ella, sin calor suficiente para ser considerada estrella, se enfrió y hoy es conocido como planeta Tierra, aunque en él haya más agua que tierra.

Sutiles combinaciones ambientales se juntaron para permitir el surgimiento de la vida en la Tierra, hace unos 35 millones de años. En su proceso evolutivo el padre-universo, que engendró la camada de hijos conocida como sistema solar, y en la cual destaca la hija Tierra, vio irrumpir, en el seno de nuestro planeta, el fenómeno vida que, en sus variadas manifestaciones, engendró un ser dotado de inteligencia y sed de trascendencia conocido como humano.

Milenios después de la aparición del hombre y la mujer -ojos y conciencia del Cosmos- aparece en Oriente Medio un predicador ambulante que, heredero de la tradición religiosa hebrea, nos revela que Dios es amor y habita en nuestros cuerpos, somos templos divinos, dotados de irreductible sacralidad.

Muchos no prestaron atención a las palabras de Jesús. Continuaron buscando la semilla fuera del árbol. No reconocieron que Dios se incorporó en nuestro cuerpo, que vive y se alimenta del cuerpo de la Tierra, que gira en torno del cuerpo del sistema solar, situado en la extremidad del cuerpo de una galaxia conocida con el bello nombre de Vía Láctea, una entre millones de cadenas estelares expandiéndose por el inconmensurable cuerpo del Universo.

El no percibir que todos somos el cuerpo místico de Cristo hace que la fe equivocada exilie a Dios fuera de su Creación, confundiendo trascendencia con deslocamiento espacial. Esa visión distorsionada favorece la perplejidad causada por la noticia de que un científico estadounidense creó vida artificial en el seno de una bacteria. Como si Dios fuese el Gran Relojero definido por Isaac Newton. Pero ¿qué importa el reloj si no marca las horas?

Estamos dotados de inteligencia para desvelar todos los misterios de la naturaleza, desde el Big Bang, comprobado en el superacelerador construido entre las fronteras de Suiza y Francia, hasta el ADN computarizado de la bacteria de Craig Venter. La confusión en que se atora la fe reside en el concepto pagano, griego, de Dios. Lo valoramos más como poderoso que como amoroso, más creador que redentor, más origen de todas las cosas que fin hacia el cual todas las cosas, sobre todo nuestras vidas, deben converger.

Los antiguos creían que sólo Dios podía cambiar la noche en día, hasta que se inventó la luz eléctrica. Sólo Dios era omnipresente, hasta que se inventó la comunicación electrónica. Sólo Dios podría provocar el apocalipsis, hasta que se inventaron las ojivas nucleares.

Dejemos de lado la concepción mecanicista de Dios. Aunque sea creada vida humana en el laboratorio la cuestión permanece igual que la que turbó la mente de Alfred Nobel cuando inventó la dinamita para romper piedras y vio su artefacto usado como arma de guerra: ¿cuál es el grado de egoísmo o de amor con que tratamos con los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano?

Somos como la vieja que en un mercado indio bajó la cabeza para buscar algo en el suelo lleno de basura. Otros la imitaron. Hasta que preguntó un joven: “¿Qué busca la señora?”. “Una aguja”. “¡Una aguja! ¡Pero si aquí en el mercado hay millones de agujas a la venta y apenas cuestan nada!”.

Muchos ya abandonaban la búsqueda cuando ella exclamó: “Una aguja de oro”. Entonces ellos volvieron a bajar la cabeza para buscar el precioso objeto. El joven hizo otra pregunta: “¿No tiene alguna idea de por dónde la perdió?”. “Sí la tengo -dijo ella-, la perdí en casa”. “¿En casa?”, replicó el joven. “¿Y nos tiene a todos nosotros aquí de tontos en el mercado?”. La vieja dijo a todos los que miraban: “Sí, busco aquí lo que perdí en casa, así como todos ustedes buscan fuera la felicidad y el amor que está dentro de ustedes”.

[Autor de "La Obra del Artista. Una visión holística del Universo", entre otrs libros. www.freibetto.org - twitter:@freibetto
Copyright 2010 - Frei Betto - Se prohíbe la reproducción de este artículo por cualquier medio, electrónico o impreso, sin autorización. Le invitamos a que se suscriba a todos los artículos de Frei Betto; de este modo usted los recibirá directamente en su correo electrónico.
Contacto - MHPAL - Agência Literária (mhpal@terra.com.br)
Traducción de J.L.Burguet].

* Escritor y asesor de movimentos sociais


lunes, 5 de abril de 2010

DIOS NO QUIERE EL SUFRIMIENTO

Esta reflexión de José María Castillo nos puede ayudar a desechar falsas ideas sobre el sufrimiento. Una clara explicación, como todas las de Pepe Castillo.

DIOS NO QUIERE EL SUFRIMIENTO

miércoles, 24 de marzo de 2010

CENSURA A PAGOLA

un conflicto de comunión eclesial

de la máxima envergadura

 
 

 
 

El martes salió publicada la noticia en los periódicos. La editorial PPC ha pedido a las librerías diocesanas y religiosas de España que devuelvan los ejemplares de la novena edición del libro "Jesús. Aproximación histórica», de José Antonio Pagola. Esta edición cuenta con la autorización, el beneplácito y el "nihil obstat" del obispo Juan María Uriarte, y ha permanecido durante más de una año en los almacenes de la editorial a la espera de un tiempo oportuno para llegar a las librerías.

 
 

Hace dos años, por estas mismas fechas, a propósito de este contencioso, inicié un artículo sobre la divinidad de Jesús con las siguientes palabras:

 
 

«El tradicionalismo eclesiástico español vive en la impostura. Se siente autorizado para calificar de herejía todo pensamiento católico que se mueva fuera de sus coordenadas doctrinales. El colmo de la patraña es el último caso provocado por la reacción insolente e injustificada de algunos de sus miembros, supuestamente más instruidos en las ciencias sagradas.

 
 

El motivo -o ¿la excusa, quizás?- lo han encontrado en una aproximación histórica a la figura de Jesús de Nazaret, realizada con honda pasión creyente, encomiable rigor científico e incomparable claridad pedagógica. Prejuicios de tipología diversa, y en gran medida vinculados a la deriva gnóstica de cristianismo, enturbian su mirada.

 
 

Son incapaces de vislumbrar en "el Jesús de Pagola" -por usar la expresión descalificadora de alguno de sus críticos- una divinidad sin poder, una filiación sin privilegios, un señorío sin potestad, una gloria sin armiño, un magisterio sin dogmas, un sacerdocio sin culto y una autoridad sin imperativos categóricos.

 
 

"La herida gnóstica" de su idea de Dios (J. B. Metz) intercepta inconscientemente el acceso de su precomprensión a la gloria de la carne de la Palabra que ha puesto su morada entre nosotros (cf. Jn 1, 14).

 
 

Cuando hace casi un año en el Consejo de Dirección de Iglesia Viva programamos el presente número y meses más tarde se me asignó este artículo, no podía prever ni por lo más remoto lo que hoy está pasando. Conspicuos profesores españoles de teología confunden el Jesús histórico y el Cristo de la fe; y miembros de la jerarquía de la Iglesia atisban indicios de arrianismo allí donde es metafísicamente imposible que los haya.

 
 

Lo primero es simplemente una necedad teológica que desacredita a sus autores; lo segundo, sin negar la buena voluntad de sus mentores, un proceder pastoral no conforme a la verdad del Evangelio (cf. Gal 2, 14), que confunde la fe de los sencillos».

 
 

Hoy me ratifico en lo escrito palabra por palabra, aunque entonces un buen amigo me reprochara cariñosamente el modo tan abrupto de iniciar el artículo. Es hora de abandonar los circunloquios y los lenguajes cifrados para hablar de lo que está pasando en la Iglesia. La insolencia del tradicionalismo es tal que ha llegado al extremo de desautorizar el "nihil obstat" del obispo Uriarte.

 
 

¿Quiénes lo han hecho? ¿Con qué autoridad? El atropello eclesiológico y jurídico es descomunal. La decisión tomada plantea un conflicto de comunión eclesial de la máxima envergadura, aunque los obispos españoles miren para otro lado

 
 

Actuaciones jerárquicas como éstas convierten la autoridad magisterial en un poder frío, ciego e inmisericorde, que hiere a las personas, confunde la fe y la esperanza de un número creciente de miembros de la Iglesia e impacta gravemente en la comunión eclesial.

 
 

Dentro de cien años la jerarquía eclesiástica volverá a pedir perdón por las tropelías de sus hermanos de hoy, pero será demasiado tarde, aunque quizás -¿esta vez sí?- lo haga con propósito de la enmienda.

 
 

Son expertos en calibrar la paja en el ojo ajeno y ciegos para ver el tronco que ciega el propio (cf. Mt, 7, 3-5). Y así un obispo joven y con títulos en teología y medicina puede afirmar desde el púlpito de su catedral que la muerte de un niño aquejado de cáncer es consecuencia del pecado, sin que nadie ponga coto a semejante dislate teológico que coloca en una situación bien embarazosa a la fe en el Dios de Jesucristo.

 
 

Tengo razones más que suficientes para pensar con prudencia que seguramente esta jerarquía tradicionalista hubiera llevado al mismo Jesús de Nazaret ante el Sanedrín por heterodoxo, es decir, "por no ser el Jesús de su Iglesia".

 
 

 
 

Javier Vitoria

Catedrático de Cristología de la Universidad de Deusto

CÓMO CELEBRAR UNA SEMANA SANTA DISTINTA

Que las flores se conviertan en pan

martes, 23 de marzo de 2010

¿Por qué ...?

¿Cómo es posible que la verdadera dicha escasee tanto en nuestra civilización que, sin embargo, ha elevado a la humanidad muy por encima de todas las esperanzas y presentimientos de las generaciones precedentes? ¿No hemos superado mil y mil veces en nosotros al viejo Adán? ¿No somos acaso más semejantes a Dios que a él? ¿No oye la oreja gracias a la membrana telefónica, los sonidos que se emiten en los continentes más remotos? ¿No contempla el ojo, gracias al telescopio, el universo de miríadas de estrellas y, con ayuda del microscopio, todo el cosmos de una gota de agua? ¿No vence nuestra voz al espacio y al tiempo en un segundo? ¿No se burla de la eternidad, grabada en la placa de un fonógrafo? ¿No nos transporta con seguridad el avión a través del elemento vedado a los mortales durante milenios y milenios? ¿Por qué pues estas conquistas técnicas no apaciguan y satisfacen a nuestro yo más íntimo? ¿Por qué, pese a esa paridad con Dios, el alma humana no siente el verdadero júbilo de la victoria, sino únicamente el sentimiento aplastante de que no hacemos más que tomar prestados esos esplendores, de que no somos más que "dioses postizos"? ¿Cuál es la raíz de esta enfermedad del alma? 
 
Stefan ZWEIG, Sigmund Freud. La curación por el espíritu, Barcelona,
Acantilado, 2006, cap. 8.

El secreto de la panadería

Se puede leer de un tirón y, sin esforzarse mucho, descubrir a qué realidad se parece. Es una adivinanza, pero muy seria.
¡Quien tenga oídos ....!

Una historia con mucha miga...
Artículo publicado en ALANDAR el 9 de marzo de 2010

Autor: Guzmán

 
Era, sin ninguna duda, la mejor panadería de todo el pueblo. Y una de las más antiguas, fundada muchas décadas atrás por el señor Teodoro Villanueva, que a sus 83 años vivía en una residencia de ancianos. No había quien igualara a esta tienda en la calidad de su pan y de su servicio. A lo largo de los años, muchos otros panaderos habían intentado estar a su nivel, pero al final habían tenido que cerrar o conformarse con estar a la sombra del negocio familiar de don Teodoro. Porque no había quien compitiera con “El pan del cielo” (que así se llamaba la susodicha panadería). Tanto mayores como pequeños ensalzaban su pan, lo ponían “por las nubes”. Comentaban que todo lo que allí horneaban era “gloria bendita”, que sus barras de pan y sus hogazas eran “divinas”.
Así las cosas, nuestra panadería guardaba algún que otro secreto para su éxito. En el pueblo se decía que quizá era como aquella cadena de pizzerías que se anunciaba diciendo que “el secreto está en la masa”… Y había algo que también llamaba siempre la atención de los convecinos: desde que se fundara, todos los panaderos y el personal que trabajaba en el horno, todos habían sido hombres, y siempre solteros. Los hijos (y nietos y bisnietos) casados, así como las mujeres, siempre se habían encargado de limpiar la tienda, de entenderse con los proveedores, o también —desde hacía algunos años— de despachar el pan a los clientes. Curiosamente, nadie había puesto objeción alguna a este respecto, y en la familia se había ido transmitiendo esta costumbre como algo de lo más normal.
- Así lo quiso el abuelo Teodoro, y él sabía bien por qué —explicaba doña Ana, una de sus nietas, a la jovencita Lucía, la más pequeña de sus hijas—. Los hombres saben mejor que nadie cómo hacer el pan que tanto le gusta a la gente del pueblo, porque así se lo enseñó tu bisabuelo.
- ¿Y por qué no se casan? ¿Lo hacen por dedicarse totalmente a la panadería? —preguntaba curiosa la pequeña Lucía—.
- Claro, hija, porque así se pueden dedicar en cuerpo y alma a hacer el mejor pan. Si tuvieran que cuidar también de su mujer y sus hijos, no sería lo mismo. Es lo que me ocurre a mí, por eso yo sólo estoy en la panadería para atender a los clientes. Ya ves que tu bisabuelo Teodoro tenía buen ojo para este negocio. Además, con lo bien que nos va, no vamos a cambiar ahora para estropearlo, ¿verdad? —apostillaba doña Ana muy convencida.
Pero esa exitosa tradición se encontraba ahora con un problema: en los últimos 20 años no había nacido ningún varón en la familia. Aunque lo intentaban una y otra vez, la cigüeña traía siempre una niña tras otra… Y los hijos y nietos de don Teodoro empezaban a preocuparse… ¿Qué pasaría si no hubiera más hombres para la panadería? ¿Sería el declive del “emporio” familiar? Hasta que un buen día nacieron Elena y Tomás, mellizos, hijos de Teresa. La alegría se desbordó en la familia Villanueva; ambas criaturas eran un regalo del cielo, pero en este caso el niño Tomás venía —nunca mejor dicho— “con un pan debajo del brazo”… A estas alturas sólo quedaban cuatro hombres solteros trabajando en el horno: don Benito —el hijo menor de don Teodoro— don Santiago, don Pedro, y don Juan (sus únicos nietos solteros). Aunque ya se estaban haciendo mayores, el nacimiento del pequeño Tomás les había dado esperanza para seguir trabajando a destajo hasta que el esperado bisnieto pudiera conocer su secreto y continuar la línea familiar en “El pan del cielo”.
Así transcurrieron los años, hasta que Tomás cumplió los 17. Era un joven muy espabilado e inteligente, así que don Benito —que ya rozaba los 75 años— se frotaba las manos pensando que sería el relevo perfecto para el negocio familiar. Un buen día lo cogió a solas, y le habló con franqueza de algo que ya el avispado chaval imaginaba.
- Tomás, ya supondrás que va llegando la hora de que tomes responsabilidades en la panadería. Hemos hecho el mejor pan en este pueblo durante varias generaciones, y a ti te toca ahora en suerte mantener y mejorar esta herencia. Sé que lo harás muy bien, tienes madera para esto, y eres listo y trabajador. Uno de estos días empezaré a enseñarte cómo hacemos la masa, cómo la horneamos y todos los demás detalles. Poco a poco lo irás aprendiendo y así este viejo podrá retirarse para que tú y tus tíos sigáis haciendo este pan tan “divino”.
- Pero, tío Benito —dijo Tomás con tono decidido—, yo no veo que ése sea mi futuro. He pasado toda mi vida en la panadería, primero de chiquillo jugueteando en ella, y después echando una mano en lo que hiciera falta. Y me encanta lo que hacemos aquí, y ver lo mucho que a la gente le gusta nuestro pan. Pero yo no quiero dedicarme en cuerpo y alma a esto
- ¿Estás diciendo que quieres tirar por la borda todo el trabajo familiar de tantos años? —dijo irritado don Benito.
- No, tío, no me malinterpretes. Me encantaría poder trabajar en esto. Pero lo que quiero decir es que tal y como tenéis organizado el negocio… —dijo titubeando el joven— no podré compaginarlo con nada más, y quién sabe si tal vez esté llamado a casarme y formar una familia. Al menos quisiera tener la posibilidad de descubrir por mí mismo si mi camino es ése. Y aquí es “o todo, o nada”
- ¡Claro, Tomás, porque tu bisabuelo Teodoro así lo pensó! Y eres el único hombre de la familia en tu generación, ¿qué otra opción te queda? Además, te digo una cosa, entre tú y yo: las mujeres, aunque saben cocinar muy bien, en estas cosas no saben darle el “toque” adecuado, y tus tíos, como quisieron casarse, pues no podían ponerle el mismo empeño a esto que a cuidar su familia… Y para esto hace falta tiempo y mucha dedicación. Te lo digo como lo pienso, porque así también lo cree tu anciano bisabuelo, que sabe más que tú y que yo.
- Pero ¿de dónde os sacáis que sólo los hombres solteros pueden hacer el mejor pan? —respondió enérgico el joven—. Y ¿por qué tengo que ser precisamente yo el que lo haga? Además, aunque ellas no te lo digan, sé de sobra que dos de tus sobrinas, Lucía y Esperanza, están deseando trabajar en el horno con vosotros.
- ¡Eso te lo acabas de inventar porque no quieres asumir la responsabilidad de la panadería! ¡Tú me quieres volver loco! Las mujeres haciendo el pan… ¡Madre mía! Y yo que te tenía por más inteligente… ¿Qué pensaría tu bisabuelo si te oyera decir estas cosas?
- ¡Pues quizá piense lo mismo que yo! —dijo enfadado Tomás.
- ¿Pero cómo te atreves a hablar así? ¿Es que acaso has estado con él?
- ¡Claro que sí, por Dios! Nunca me dejáis ir a verle, pero el otro día me presenté en la residencia y le di la sorpresa. Está ciego y casi no se puede mover, pero la cabeza no la ha perdido
- Y ¿qué te dijo, si se puede saber? —dijo el tío Benito con tono altanero.
- Me dijo —respondió Tomás con firmeza— que, como sigáis así, seréis vosotros los que acabéis con la panadería. Me contó que él descubrió el secreto para hacer el mejor pan, y que se lo enseñó a quienes él creyó mejor dispuestos. Él está convencido de que lo importante es el pan, no quién lo haga. Porque la gente de este pueblo necesita nuestro pan, y no podemos dejar de ofrecérselo. Y si para ello hay que cambiar alguna de nuestras costumbres —que él niega haber instaurado— es seguramente el momento idóneo, antes de que sea demasiado tarde. Aunque no lo creas, tío Benito, así piensa tu padre…
Al oír a Tomás, el tío Benito se quedó sin palabras. Se preguntó a sí mismo si conocía verdaderamente la voluntad de su padre. Durante mucho tiempo había dado por supuesto que así era. Pero ¿y si Tomas estuviera en lo cierto, y lo importante era el pan que alimentara al pueblo? “Siempre hemos trabajado así”, pensó, “pero quizá haya llegado la hora de pensar en la gente y en su pan de cada día”.